Dos millones de ancianos sufren alguna discapacidad, y casi un millón no se valen por sí mismos en la vida cotidiana al padecer una disminución severa o total de sus capacidades físicas o mentales, por lo que dependen de familiares o cuidadores para vestirse, comer, desplazarse, asearse...
Son los familiares directos de los ancianos quienes más frecuentemente asumen las obligaciones que supone el cuidado constante de los ancianos incapaces, pero son muchos los que no pueden ser atendidos por sus parientes.
En este caso, las residencias de ancianos constituyen la opción más socorrida.
Pero la realidad social es la que es: en nuestro país sólo hay 2,7 plazas en residencias (privadas o públicas) por cada cien personas mayores de 65 años y la mayoría de las residencias presentan al solicitante de una plaza, largas y desalentadoras listas de espera. Por eso, los centros de día son una de las mejores soluciones ante estos problemas. Además de estar bien atendidos, ejercitan mente y cuerpo, disfrutan de la compañía de gente de su edad, disfrutan y sobre todo despejan la mente.